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534
No cabe duda de que uno de los foros desde donde más se viene denunciando la actual configuración de los reality shows es la prensa periódica. La alarma se encendió allá en el mes de enero de 1993 a raíz del triple crimen de Alcácer y su posterior tratamiento televisivo. Desde entonces han sido frecuentes los artículos, informaciones, reportajes e incluso editoriales que han señalado los efectos nocivos para la salud social que supone la proliferación de este nuevo género audiovisual que tanta audiencia está consiguiendo reunir.

El análisis de esta generalizada postura crítica en la prensa (fundamentalmente diarios y semanarios de información general) nos llevará al encuentro de los argumentos más comúnmente utilizados para descalificar a este nuevo fenómeno y también a las contradicciones en que estas críticas incurren en ocasiones. Al mismo tiempo, el problema debe enmarcarse en un contexto aún más amplio, también en perpetuo debate: el de la calidad de los productos televisivos, o de la televisión en general; cuestión que ofrece muy diversas ramificaciones, entre ellas la de la naturaleza, pública o privada, de los distintos canales y su repercusión sobre la programación y la audiencia; aunque tampoco deben olvidarse otras cuestiones íntimamente conexas como la llamada "tele- basura", el fenómeno de los "tele-adivinos" o de los "tele-curanderos", la violencia en películas y dibujos animados, la protección del público infantil, la agresión publicitaria, etc.

Este panorama hace pensar que, pese a la evidencia de que deben corregirse errores de conducta o lagunas legales para la protección de ciertos derechos que son vulnerados hoy en día por los reality shows, la solución de fondo debe situarse en unos niveles más altos y globales: los de la ética y la estética televisivas, la consideración del usuario del medio o telespectador no sólo como un cliente que engrose la cuota de audiencia o share, sino como un ser racional que necesita ser informado, instruido y entretenido y no ser deformado o pervertido explotando bajos instintos o excitando su curiosidad por lo morboso. Y menos aún, claro está, debieran tener cabida en la televisión pública por razones de su peculiar estatus como servicio de interés público. Vayamos por partes

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